Una nación que no conocía de éxitos deportivos, y que vivía azotada por las adversidades, es la encargada de desarrollar el mundial de fútbol en el año 1962, trayendo así una de las mayores alegrías al pueblo chileno.
Escrito por Ignacio Flores y Javier Muñoz
Los pañuelos blancos vuelan en las graderías del Estadio Nacional, son miles de personas las que asistieron a las tribunas para presenciar este histórico momento. Es probablemente el evento más importante de la década, el estadio es una verdadera fiesta, los gritos y aplausos silencian cualquier conversación, y los elegantes trajes domingueros se roban la atención de muchos asistentes, nadie pensaría que esta misma población, dos años atrás, sufría uno de los terremotos más fuertes de la historia y que más daño provocó en el país, pero de repente, silencio. Mientras se iza la bandera chilena, es el presidente Jorge Alessandri quien se dirige al público para pronunciar las palabras que por mucho tiempo se estuvieron esperando: “Reciban todos el más cordial saludo del pueblo de Chile. Deseo que el éxito acompañe el esfuerzo y el triunfo premie al que lo merece. Declaró por inaugurado el Mundial de Fútbol de 1962”. Vuelven los aplausos y los gritos emocionados, vuelan algunas corbatas, cintillos, y suena el rock.
Fueron años de preparación para este momento, tanto futbolística, como administrativamente. El terremoto del 60 ocasionó que solo se pudiera jugar en cuatro sedes: Arica, Santiago, Viña del Mar y Rancagua, fueron las ciudades escogidas. A estas alturas, el único rival podía ser la mente, y el entrenador Fernando Riera se encargaría de controlar eso. Estaba todo preparado para que el evento deportivo fuera una verdadera fiesta universal.
A Chile no le tocó un grupo fácil: Alemania, Italia y Suiza. Dos selecciones campeonas del mundo y a los creadores del cerrojo suizo, quienes poseían una de las mejores armas y tácticas defensivas. En partidos muy aguerridos y de mucha fricción, la selección chilena sacó la tarea adelante y con dos victorias se metió en la siguiente fase.
Un partido clave fue el de Chile – Italia, conocido como la Batalla de Santiago por la intensidad con la que se jugó. Humberto Chita Cruz, jugador de ese plantel, recuerda cómo fue: “Hubo mucho roce, si el árbitro estaba de espalda, los jugadores aprovechaban de golpearse, pasó a la historia el combo de Leonel, pero hubo más. Todo eso fue por un periodista italiano, que habló mal de los chilenos, eso los calentó”.
Luego de sortear con éxito la fase de grupos y clasificarse segundo, detrás de Alemania, Chile debía enfrentar en cuartos de final a la poderosa Unión Soviética, que en su plantel contaba con el intimidante arquero Lev Yashin, conocido como la araña negra por su capacidad de llegar a cada rincón del arco.
Justicia divina y la bestia negra
Foto: Estadio, edición del 14 de junio de 1962.
El partido contra la Unión Soviética fue muy complejo, y como Chile clasificó segundo, perdió la posibilidad de seguir jugando en Santiago por lo que el duelo se trasladó a Arica.
Tempranamente Chile atacaba el arco rival y al minuto 10 le cometen infracción a Leonel Sánchez, que para ojos de muchos, fue dentro del área. El árbitro, que estaba lejos de la jugada, no cobra penal e indica que la falta fue fuera por lo que es tiro libre en una posición prácticamente sin ángulo para patear al arco.
Leonel Sánchez se posiciona frente al balón, está a cinco metros de la esfera, a un costado izquierdo del área. El estadio está atento a la jugada, el nervio y emoción se apodera de las almas presentes. Lev Yashin se prepara para cortar el centro, situación a la que está acostumbrado en Europa. El árbitro revisa que todo esté listo, toca el silbato y da la orden. Uno, dos, tres, cuatro, cinco pasos da Leonel y con el borde externo de su pierna izquierda manda el balón al arco con la fuerza de un misil y la clava en el ángulo derecho del portero. La Araña Negra ni se inmutó. No esperaba ese disparo. Para los espectadores de esa época, fue justicia divina por el penal no cobrado.
El partido finalizó 2-1 a favor de Chile y en semifinales se debió enfrentar a la siempre poderosa Brasil, vigente campeona del mundo. Harold Mayne-Nicholls, dirigente deportivo, considera a Brasil como la “bestia negra de Chile”, argumenta que “siempre nos elimina, en el 62, en el 98, en el 2010 y en el 2014. Si nos hubiésemos cruzado con Brasil en las dos copas américas que tiene Chile, la historia pudo ser distinta”.
Y claro, el sueño por alcanzar el trofeo mundial conocido en ese entonces como Jules Rimet, se vio truncado tras caer 4-2 ante Brasil. De todos modos, no todo estaba perdido, aún quedaba el partido por el tercer lugar y la medalla de bronce era una opción real.
Bronce para Chile
16 de junio es la fecha. Yugoslavia el rival. El país europeo viene de ser medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Roma en 1960. Y quedó eliminado en semifinales tras caer 3-1 ante Checoslovaquia.
Si hay que hablar de partidos con suspenso en el Mundial, este es uno de esos. Para este partido muchos jugadores llegaron mermados físicamente, situación que quedó en evidencia al minuto 19 cuando Jorge Toro se lesiona la rodilla. Como no habían cambios, no pudo ser reemplazado y la Roja terminó jugando con tres jugadores lesionados, ya que a él se sumaron Carlos Campos y Manuel Rodríguez que apenas se podían sostener en pie.
Pese a todo, la notable y aguerrida actuación de la selección chilena le permitió obtener, ante un Estadio Nacional repleto, con más de 66 mil personas, el tercer puesto del campeonato mundial tras vencer a Yugoslavia por 1-0 con un gol al último minuto de Eladio Rojas.
La alegría se apoderó de la nación, y se dejaba atrás la tragedia del terremoto del 60 para hacerle honor a la frase de Carlos Dittborn: ¡Porque no tenemos nada, queremos hacerlo todo!
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