A partir de su ya emblemática frase “¡Quiero lío!”, pronunciada frente a miles de jóvenes en Brasil, el Papa Francisco delineó una forma única de liderar la Iglesia: cercana, reformista, incómoda para algunos y profundamente comprometida con los más pobres. Ese llamado juvenil se convirtió en el espíritu de un pontificado que buscó transformar desde dentro.