La dualidad de ser del MIR y estudiar en la UC

El Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) fue una de las organizaciones de oposición prohibidas y más buscadas durante la dictadura. En la época, la Universidad Católica (UC) contó con muchos afiliados y simpatizantes del movimiento. Después del golpe de Estado, los estudiantes miristas —llamados a no asilarse y luchar contra Pinochet— tomaron rumbos distintos en cuanto a sus estudios superiores. Algunos se arriesgaron a seguir con su militancia y estudiar, otros abandonaron el MIR y unos cuantos dejaron la universidad para dedicarse a la política.

Autor: Vicente Tapia (@tercertapia)

Editor: Matías Langerfeldt (@cholder___)

El reloj marcaba las 5:30 de la madrugada. Era un día nublado, de 1974, cuando Victoria Cáceres esperaba a que las puertas de la Casa Central de la Universidad Católica abrieran para rendir su examen de título y recibirse como enfermera. Hace meses que no se acercaba a los pasillos del campus; para alguien como ella era demasiado peligroso estar allí. Citada a las 6 de la madrugada de un día corriente, sus profesoras querían protegerla de ser descubierta por la policía secreta, aunque parte de ellas se declaraban pinochetistas. Sin miedo entró a la sala. Mientras tanto, su padre rondaba la cuadra, esperando que no le llegara la noticia de que Victoria había sido detenida. Al mismo tiempo que su padre la esperaba con un ojo en la puerta de la universidad y el otro en la Alameda, su pareja, Harry Abrahams, preparaba las maletas. Con el examen aprobado, Victoria, él y la pequeña hija de ambos partirían a Venezuela sin saber cuándo podrían volver. Ambos militaban en el Movimiento de Izquierda Revolucionario (MIR). 

Héctor Vásquez no contó con la misma suerte. En enero de 1975, caminaba hacia la esquina de Pío Nono con Dardignac para encontrarse con otro mirista. En su mano, el último documento de la comisión política del MIR. Antes de entregarlo, sus ojos se tornaron bruscamente hacia un auto que frenó de golpe a metros suyo. Dentro del vehículo estaba su compañero de militancia Leonardo “Barba” Schneider, sentado a la derecha de un hombre uniformado. Inmediatamente supo que lo habían reconocido. Sin pensarlo dos veces, comenzó a correr. El uniformado giró el manubrio para dar vuelta el auto, sacó una ametralladora y dejó a Héctor con las manos en alto. El hombre del arma era Roberto “Wally” Fuentes, comandante de la Fuerza Aérea.

Estudiar y militar antes del Golpe

“Efervescencia total”, es la frase que acuña Victoria para describir la situación política del momento en la Universidad Católica. Un constante vaivén de asambleas y marchas que llenaban de vida la casa de estudios. La idea de formar una sociedad más justa e igualitaria se estaba asomando desde los 60, despertando una inquietud en los jóvenes de querer ser parte de un cambio.
Harry Abrahams, sin tener experiencia alguna en política, presenció la toma de la Casa Central en 1967 (mucho antes de conocer a Victoria). Estaba en su primer año de Ingeniería Eléctrica y, encantado con la causa, se dio cuenta de que Chile necesitaba una revolución. Buscó entrar a una agrupación y encontró su lugar en la casa de Clotario Blest. Un sitio grande, lleno de mesas con fotografías, donde aparecía el fundador de la Central Unitaria de Trabajadores (CUT) con famosos íconos de izquierda. En el living, tres personajes del MIR lo recibieron: Bautista van Schouwen, Edgardo Enríquez —hermano de Miguel, creador del movimiento— y un tercero que no recuerda. Terminada la reunión, “bautizaron” a Harry y empezó desde entonces una vida distinta, de militancia
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Fotografía de manifestantes del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), en marcha por la Alameda, a la altura de la casa central de la Universidad Católica. Fotografía de Manuel Cabieses en Archivo Londres 38.
Fotografía de manifestantes del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), en marcha por la Alameda, a la altura de la Casa Central de la Universidad Católica. Fotografía de Manuel Cabieses en Archivo Digital Londres 38.
El MIR se creó en 1965 como una organización guerrillera de carácter político militar. Una izquierda radical que se diferenciaba de los partidos tradicionales del sector. “Los gradualistas pensaban que se podía llegar al socialismo sin violencia, a través de las instituciones y la democracia. Los rupturistas, como el MIR, pensaban que eso no iba a funcionar, porque la burguesía no iba a entregar el poder voluntariamente. Entonces, querían seguir el ejemplo de la revolución cubana y luchar por la vía armada”, explica Stephan Ruderer, historiador experto en el Chile del siglo XX. En la UC, el MIR fue ganando espacio a través de actividades políticas como foros, conversatorios, congregaciones en los patios y, por sobre todo, mediante la ayuda social en poblaciones y campamentos.
Nueva La Habana: el MIR y el Movimiento de Pobladores 1970-1973. Colección: Biblioteca Nacional de Chile
Imagen: Campamento Nueva La Habana: el MIR y el Movimiento de Pobladores 1970-1973. Colección: Biblioteca Nacional de Chile
El Movimiento Universitario de Izquierda (MUI) era considerado como el brazo universitario del MIR. De la mano de la fuerte crítica a la burguesía y a los gradualistas de la izquierda tradicional, su objetivo era que los estudiantes se convencieran de que la lucha armada era fundamental. Javier Duharte, historiador y autor del libro homónimo, “Movimiento Universitario de Izquierda”, cuenta que esta agrupación llegó a estar presente en muchas instituciones académicas de Chile y tuvo su auge en la Universidad de Concepción. “En la Católica no fue muy potente ni numeroso, pero sí llegó a tener un nivel de influencia en centros de estudiantes y en consejos universitarios con la federación”, expone. El MUI logró llegar a la gente a través de trabajos de verano, captando, especialmente, la atención del alumnado.

Victoria Cáceres y Héctor Vásquez — estudiante de Ingeniería Eléctrica como Harry Abrahams— ingresaron motivados por la causa social, pensando que había que ayudar a los más pobres y formar un Chile menos desigual. A partir de esa premisa, ambos comenzaron su vida política enlazada al Movimiento de Izquierda Revolucionaria con estudios de por medio. No era fácil llevar estas dos actividades simultáneamente, sobre todo cuando fueron los encargados del MIR en la UC —él en 1972 y ella en 1973—.

Para Héctor, seguía siendo fundamental asistir a los cursos. Intentó cumplir ese objetivo, pero le resultaba imposible por su activismo. Ser dirigente estudiantil le costó incluso la reprobación de algunos ramos, por todo el tiempo que el activismo exigía. Algo similar le pasaba a la estudiante de Enfermería en su época de mayor participación. En retrospectiva, considera que fue una buena estudiante, pero que no siempre podía compatibilizar su rol político, estudiantil y maternal. “Iba a clases, pero me salía en la mitad. Me tocaba redactar, hacer comunicados y participar en debates. Fue un periodo difícil”, cuenta.

No todos los miristas UC se vieron en esa situación. Algunos prefirieron irse por otro camino y dedicarse de lleno a la militancia. Abrahams optó por ese rumbo y, en 1970, abandonó sus estudios. Ese mismo año fue secretario general del MIR y pasó a ser jefe regional de Santiago. Aun así, su relación con la universidad no había acabado. Aparte de estar casado con Victoria, quien seguía en la UC, dirigía a los estudiantes del movimiento. Para lograr esto manteniendo la clandestinidad, desarrolló un particular método: durante años, se inscribió en carreras como Filosofía y Sociología para hacerse pasar como un estudiante más y no revelar su compromiso con la causa revolucionaria.

Pese a tratarse de un periodo extremadamente político, esto no significaba que todas las carreras participaran de esta dinámica. Ingeniería —dividida en civil y eléctrica— era predominantemente de derecha, pero con más desinteresados que interesados. Si bien en Civil, los del MUI no sumaban gran cantidad de adherentes, en Eléctrica, la izquierda sí tomó más protagonismo con su alcance y ayuda social. El peso en esta última llegó al punto de tener un centro de alumnos del MUI. “Crecimos como bestias. Teníamos experiencia como dirigentes políticos. Cuando yo decía que había paro, no era porque no había estudiado para la prueba”, cuenta. “Éramos buenos alumnos y eso era respetado por el estudiantado”, recuerda Héctor de los militantes de la época.
A pesar de que el MIR no compartía la forma de gobernar de Salvador Allende, era común que apoyaran a los campesinos en el proceso de tomas de fábricas y terrenos. En los últimos años de gobierno, pese a su alegría, sabían que algo iba a pasar en el país.

“Era como estar en un callejón. Estabas iluminado saltando con tus compañeros, pero sabías que era sin salida”, asegura Vicky, como le llaman sus cercanos.

Callejón sin salida

Para el estudiante de ingeniería civil Luis Aguilar ese día murió la confianza. A las 7:00 lo despertaron y le dijeron que la Casa Central estaba llena de militares. Los techos del campus y del hoy llamado Centro de Extensión, se tiñeron de verde. Luis, integrante del MIR y del MUI, presumía lo que iba a pasar en las próximas horas. “Antes tenía confianza con las personas, después no sabías si eran colaboradores de la dictadura”, recuerda.
Atrapados en ese callejón se vieron los militantes después del 11 de septiembre de 1973. El movimiento buscó ser desarticulado en Chile y sus integrantes fueron perseguidos por la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA) y el Servicio de Inteligencia de las Fuerzas Armadas (SIFA).

Luis Aguilar

Luis Aguilar: "Hasta el 11 de septiembre uno tenía confianza de la persona que tenía al frente"

“Querían eliminar a una organización joven, porque en la juventud está la raíz de la rebelión”, dice Héctor Vásquez. Además, era de los pocos grupos que podía enfrentarse al poder por su condición armada. Con el panorama claro, no solo se coordinaban para no ser capturados, sino que incluso comenzaron a capacitar a sus afiliados para que pudiesen resistir a las torturas y no revelar información en caso de ser capturados. “Tuvimos fines de semana de preparación. Nos gritaban, nos vendaban y nos tenían horas mojados en el frío”, cuenta Victoria. Muchas personas no resistieron y prefirieron marginarse del movimiento antes que ser detenidos.
Para poder terminar sus carreras y al mismo tiempo persistir en la lucha, los estudiantes tuvieron que vivir en la clandestinidad, corriendo el riesgo de ser capturados. Victoria Cáceres no quería dejar de lado su activismo, ni mucho menos su camino académico. Para eso tuvo que vivir en distintas casas de seguridad, donde se refugiaban los miristas. Solo le quedaba la práctica y el examen de grado para finalizar la carrera. Esto significó ir todos los días al hospital, exponiéndose al peligro. Además, debía visitar a su hija Francisca, quien vivía con sus abuelos.
Otros simplemente optaron por abandonar su compromiso y terminar sus estudios. Luis fue uno de ellos. En 1974, se desvinculó totalmente de la organización guerrillera para poder recibirse. Aguilar, a pesar de ser militante de un movimiento de lucha armada, jamás portó un arma.

 

Luis Aguilar: "Esa era una línea que yo no estaba dispuesto a cruzar"

“El MIR no se asila”. Este fue el lema del movimiento durante la dictadura. Un llamado a no refugiarse en las embajadas, permanecer dentro de Chile y resistir. “El que se asilaba era un traidor y cobarde”, dice Harry. Con el peligro en sus espaldas y un compromiso político por delante, la pareja de miristas decidió priorizar el bienestar de su hija. Después del examen de grado de Victoria, se mudaron a Venezuela con la autorización de Dagoberto Pérez —Jefe Regional del MIR en Santiago—. “Fuimos muy dogmáticos y duros. Hubo compañeros que realmente tenían que irse”, reconoce Héctor recordando aquella consigna.

Héctor continuó tanto con sus estudios, como con su militancia. “Pude hacer doble vida. Cuando tenía que hacer política iba a una casa de seguridad. Cuando tenía que estudiar, partía a la casa de mis padres”, cuenta. Pero esa doble vida se vio interrumpida luego de su encuentro con “el Barba” aquella tarde en Pío Nono con Dardignac. Se sospechaba de su colaboración con la dictadura y a Héctor le tocó comprobarlo, de la peor manera. Estuvo solo en un corredor durante tres semanas, negando su militancia. Aunque portaba un documento mirista, al ser detenido decía no saber nada de él. Le creyeron y fue tomado como un cartero. Aun así, la tortura y las interrogaciones no cesaron. Wally lo extorsionó para que diera el nombre de la persona que le había entregado el papel. Lo que no sabía, era que nadie se lo había dado. “Me hacía el tonto. Pensaba que si hasta ahí llegaba la vida, hasta ahí llegaba no más”, relata.

-¿Y la plata que me quitaron?- le preguntó Héctor a Wally con tranquilidad, pasadas las tres semanas.
El comandante lo miró, sacó una bandeja llena de billetes y le entregó diez mil pesos. Héctor los guardó y se quedó parado.
– ¿Por qué sigue acá?- reclamó.
– Mi reloj- respondió el mirista.
– Se perdió- concluyó enojado el militar.
Después de este suceso, y quedando meses para recibirse, decidió irse a Francia para salir del peligro. No pudo terminar Ingeniería y se le prohibió entrar a Chile por diez años.

La memoria no se borra

No todos los miristas pudieron librarse de ser detenidos como Victoria y Harry, desafiliarse de la organización, como Luis, o salvarse de la tortura, como Héctor. El Centro de Estudios Miguel Enríquez (CEME) y la Red Solidaria Casa de Miguel comparten cifras que llegan a alrededor de 580 militantes del MIR fallecidos o detenidos desaparecidos. En el Parque por la Paz Villa Grimaldi existe un memorial con números similares, mientras que en el archivo del Museo de la Memoria y los Derechos Humanos se registran 407.

Era común recibir noticias sobre la muerte o desaparición de compañeros, cosa que hasta el día de hoy atormenta a los ex militantes. Actualmente, los cuatro ex estudiantes mantienen viva la memoria de todas aquellas víctimas de la dictadura que formaban y forman parte de la Universidad Católica. Pertenecen y son fundadores del Colectivo de Memoria y DD. HH UC —ahora conocido como Memoria UC— desde la década de los noventa. Y los primeros años, Victoria y Harry se dedicaron a recolectar información sobre los miristas UC detenidos desaparecidos.

En 2007, en el campus San Joaquín, se hizo una misa para conmemorar a los estudiantes que fueron víctimas. A pesar de ser el primer gesto de la casa de estudios en materia de memoria, Héctor no quedó conforme. “No podemos quedarnos con una misa. Para marcar esta historia tenemos que hacer un libro”, dice citándose a sí mismo. Ante la idea, Luis le siguió la corriente. La información de detenidos desaparecidos miristas ya la tenían, faltaban todos los otros ex estudiantes de la Católica. Hasta el 2009 juntaron información. Un año después, con Vásquez de vuelta en Francia, Luis tomó las riendas y —con ayuda de un equipo más información de Nancy Guzmán— armó y lanzó el libro llamado “Una Luz Sobre la Sombra: Detenidos Desaparecidos y Asesinados de la Pontificia Universidad Católica de Chile”. “No teníamos grandes proyecciones del recibimiento del libro y terminamos agrandando el aula en tres. Había gente en todas partes”, expone Aguilar. “Eso genera una satisfacción enorme, porque es decirle a los compañeros que siempre estarán presentes”.
En 2019, se creó la primera vocalía de derechos humanos de la universidad. A partir de ella, se tomó la decisión de fusionar el antiguo colectivo con el nuevo, formando uno intergeneracional. Sebastián Arancibia es miembro fundador de esta unión y hoy, en calidad de estudiante, se desempeña como coordinador general de Memoria UC. “Que estén ellos es lo más valioso del colectivo, si no, no tendría el mismo sentido”, relata Sebastián. Esa sensación es recíproca. Para los “veteranos” es fundamental que participen estudiantes porque mantienen la memoria viva. “Luis, Harry, Héctor y la Vicky son los que más han trabajado en el colectivo. Son el ente articulador entre nosotros y ellos”, sostiene el coordinador.
Hasta la fecha, la misión del recuerdo en la universidad ha tomado un papel más importante. El colectivo ha conseguido poner placas con los nombres de las víctimas en sus respectivas facultades, hacer entrega de títulos póstumos —que fue un acto simbólico, porque la universidad solo entregó dos— y crear una plaza en San Joaquín con los nombres de los 31 detenidos desaparecidos de la UC.

Sobre el autor: 

Vicente Tapia (@tercertapia) es alumno de tercer año de la Facultad de Comunicaciones de la Pontificia Universidad Católica (@fcomuc). Ha sido parte del programa de deportes de la Radio UC, Jugo de Pelotas y se ha desenvuelto en el mundo del teatro musical con diversas obras de teatro.

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