La convicción de los medios universitarios en dictadura

El golpe de Estado exigió el término de toda la actividad de la prensa estudiantil. Pese a la censura, las publicaciones continuaron y les permitieron a algunos de quienes escribían en ellas, debutar con carreras en el periodismo y otras disciplinas. Algunos fueron expulsados de sus casas de estudio y otros fueron detenidos por fuerzas del régimen, pero sus voces no fueron acalladas. Quienes participaron en ellas, reviven el legado que dejaron.

Autora: Catalina Quiroz (@catakase)

Al llegar al poder, una de las primeras medidas de la Junta Militar tras el golpe de Estado de 1973 fue declarar el cierre de medios de comunicación y de toda actividad informativa considerada de oposición al régimen. Esto incluyó la actividad de algunos medios de prensa universitarios a través del Bando número 15 de la Junta Militar, documento de censura y clausura de medios de prensa. 

En la época previa al golpe, las revistas asociadas a federaciones estudiantiles se habían transformado en la voz de los universitarios que se alzaban para instalarse en el debate público. Los estudiantes superiores de Chile habían estado viviendo un período de agitación y movilización que los incentivó a difundir sus actividades y expresiones artísticas. El motor fue la denominada Reforma Universitaria que, según la Biblioteca Nacional de Chile, fue un proceso de movilización y cambio de las casas de estudio superior del Estado hacia nuevas estructuras de poder y participación de las comunidades universitarias.

“[A fines de los años 60] las universidades se encontraban conmocionadas y buscando de qué manera podían democratizarse desde el punto de vista de la generación de sus autoridades y también desde el punto de vista de su quehacer (…) Lo que marcaba la época era el cambio y esa búsqueda lo sacudió todo”, explica Osiel Nuñez, empresario y ex presidente de la Federación de Estudiantes de la Universidad Técnica del Estado (actual USACh) en 1973. 

De este modo, las publicaciones plasmaban lo que los estudiantes hacían en materia de ayuda social como la ejecución de trabajos voluntarios además de creaciones literarias y artículos sobre temas contingentes que afectaban al país, como el debate sobre la implementación de una Escuela Nacional Unificada o sobre la estatización de la industria. 

“Eso se terminó de golpe. El 11 [de septiembre de 1973] la Federación desapareció. La mayoría de los dirigentes estaban presos en el Estadio Chile o en el Estadio Nacional (…) O sea, simplemente la organización estudiantil, especialmente en la Universidad Técnica, la desaparecieron. [La revista] Brecha, de hecho, no apareció nunca más después”, afirma Miguel Concha, sobre la  revista de las juventudes políticas que encabezaba la FEUT, donde él fue su último director.

En la Universidad Técnica del Estado (UTE) habían funcionado diversas publicaciones estudiantiles entre 1962 y 1973. Las que habían permanecido por más tiempo fueron: Vértice, de la Escuela de Ingenieros Industriales, la Revista Literaria de los estudiantes del Instituto Pedagógico Técnico, y Brecha. En sus últimos años, Brecha se había distribuido de forma gratuita e informaba a los estudiantes sobre las actividades de la federación, además de eventos culturales y deportivos. Era una publicación que conforme al sello de la universidad, la que funcionaba bajo una alianza obrero-estudiantil formada en la gestión del Rector Enrique Kirberg, mantenía una línea editorial abiertamente de izquierda y mostraba un apoyo manifiesto a la gestión de Allende.

“La idea era tener un diario que saliera una vez cada tres, cuatro meses, dependiendo cómo estaban los acontecimientos. Era un tabloide y teníamos la suerte de tener muy buenos diseñadores periodísticos: Mario Navarro y un genio de la publicidad que era Roberto Cortés. Costaba muy poco armar un tabloide. Se conseguían los artículos, los escribíamos nosotros, ellos lo armaban y se mandaba a la Impresora Horizonte y otras veces se mandaban a la impresora en la universidad y se repartía gratis. Después, en el año 70 hubo un cambio porque, como nosotros pertenecíamos a la Unión Internacional de Estudiantes con sede en Praga, empezamos a repartirla a través de toda América Latina, porque era un ejemplo de cómo una casa de estudio se podía comprometer con la sociedad”, recuerda Miguel Concha.

revista Brecha

Portada revista Brecha agosto, 1972

En la Universidad Católica (UC), la publicación llamada Debate Universitario pudo sobrevivir unos meses después del golpe debido al respaldo que tenía desde el Consejo Superior de la Universidad, máximo organismo colegiado de la institución. Era un semanario elaborado por estudiantes de la UC que en sus comienzos fue impreso en blanco y negro en la Empresa Periodística “La Nación S.A”. El equipo estaba compuesto por un grupo de cerca de diez estudiantes y la mayoría eran mujeres. Entre sus redactoras estaban: María Olivia Mönckeberg, Premio Nacional de Periodismo en 2009, Marcia Scantlebury, periodista y presidenta del directorio de la Fundación Museo de la Memoria y los Derechos Humanos, y la escritora y periodista, Patricia Lutz. 

El semanario alcanzó a venderse en kioscos de Santiago, con posibilidad de envío a otras regiones y países, lo que le permitió alcanzar una amplia difusión.

Equipo de la revista Debate. Foto extraída de la revista Debate Universitario (14 de spetiembre, 1973).

Juan Pablo Cárdenas, periodista, escritor y Premio Nacional de Periodismo en 2005, tuvo su primera experiencia profesional ejerciendo en Debate Universitario, donde llegó a ser el director. Los primeros meses en que se instaló la dictadura, el periodista mantuvo la intención de comunicar lo que estaba pasando en Chile, pero tras informar sobre la desaparición de un joven egresado de la universidad llamado Eugenio Ruiz-Tagle en el norte del país, Cárdenas fue expulsado de la universidad. “Al primer inconveniente de un artículo que no le gustó al rector y seguramente a la dictadura, yo fui no solo removido del cargo, sino que expulsado de la universidad en una confrontación que tuve personalmente con el rector [Jorge Swett] (…) Yo me enfrenté al rector en su oficina, de la cual él me echó a viva voz con un revólver arriba de la mesa…”, detalla Cárdenas.  

“La verdad es que no nos censuramos y denunciamos aquello que tenía que denunciarse, porque se trataba de un miembro de la comunidad universitaria que había sido ultimado”, concluye.

 

Juan Pablo Cárdenas. Foto extraída de revista Debate Universitario (14 de diciembre de 1973).

Reactivación de las agrupaciones culturales

La Agrupación Cultural Universitaria (ACU) fue una organización estudiantil que nació de la rearticulación de la izquierda entre los universitarios de la Universidad de Chile a fines de la década de 1970. Su objetivo era reactivar las actividades culturales en los campus universitarios luego de que fueran restringidas tras el comienzo de la dictadura y hacerlo a través de la creación de instancias de reunión entre los estudiantes de las distintas facultades. Entre sus integrantes tuvo a Patricio Lanfranco, director y productor de cine y televisión; Juan Carlos Cárdenas, director de Ecocéanos; el fotógrafo Miguel Larrea; el escritor y guionista, Roberto Brodsky y el biólogo Remis Ramos. 

“Se armó este colectivo que era de gente de literatura, gente de filosofía, nosotros de sociología, gente de periodismo y, en ese primer momento, ese era el grupillo que después creció muchísimo (…) Era una necesidad muy grande, muy imperiosa de juntarse (…) de reconocerse y hacer algo que fuera un poquito más allá de lo que estábamos haciendo en las clases”, dice Miguel Ángel Larrea, quien es fotógrafo, periodista con estudios de sociología y se ha desempeñado en medios de comunicación nacionales como La Tercera y Las Últimas Noticias, e internacionales como Time Magazine y Boston Globe. 

En aquel tiempo existía una expresa restricción de circulación de todo tipo de medio escrito por estudiantes, documentado a través de una circular emitida por la Vicerrectoría de Asuntos Estudiantiles en 1976 que señalaba: “Se reitera la prohibición más estricta de la edición, publicación, distribución o circulación de todo texto escrito, en cualquiera de sus formas, sea en el carácter de folleto, revista, separata, etc, hecha por estudiantes universitarios”. Sin embargo, pese a dichos impedimentos, los participantes de la ACU trajeron de vuelta a la prensa estudiantil. 

En el campus de Macul, también llamado “El Pedagógico”, comenzó a circular un boletín llamado “ACU Macul” a cargo de Larrea. También en la Facultad de Economía comenzó a distribuirse “El Pasquín”, fabricado por un grupo de estudiantes que no revelaban sus identidades y que no temían reírse de Augusto Pinochet utilizando cómics y chistes en su portada. 

Revista La Ciruela, junio 1980.

Pero de todos los boletines y revistas, la principal fue La Ciruela, una publicación de la ACU que se distribuía en los distintos campus de la universidad y que tenía un costo de $15 a $20 de la época, lo que actualmente equivaldría a alrededor de $1.800. Al igual que El Pasquín, esta utilizaba dibujos y una narrativa crítica a la dictadura. 

 “[La primera Ciruela] responde a una necesidad cultural y política. Es un medio de expresión cultural (…) Tiene una parte de atrás con cancioneros de distintas agrupaciones musicales de la época (…) pero también tiene poesía, tiene una gráfica particular y también es contestataria en cuanto al desarrollo político mismo del quehacer en la revista”, comenta Leonardo Cisternas, profesor, historiador y actual coordinador del Archivo FECH, organización encargada de recolectar y difundir la documentación relacionada al movimiento estudiantil en la Universidad de Chile. 

Estas revistas tuvieron mucha oposición y crítica por parte de las autoridades designadas por la dictadura. Los líderes gremialistas a cargo de la FECECH fueron activos en prohibir las actividades de la ACU y en censurar sus publicaciones, declarando en una carta enviada al diario La Segunda en 1980, que la agrupación tenía solo “fines políticos” y que buscaba el “compromiso ideológico de los estudiantes”. 

Todo lo que llevase [la palabra] ACU estaba censurado, entonces, buscaban mecanismos a través del eufemismo, de la metáfora, de subvertir el lenguaje (…) Es como trabajar a partir del lenguaje y crear realidad en un espacio político”, explica Cisternas. En ese sentido, quienes escribían en la revista dejaban mensajes en sus primeras páginas, por ejemplo, en la enumeración de una edición de 1980: “La Ciruela nº5 de la era tipográfica. Año II de la Campaña Nacional de Aclimatación a la Violencia”.

En la UC también se desarrolló una revista de oposición al régimen. Sol Serrano, historiadora y Premio Nacional de Historia en 2018, comenzó una publicación llamada Blanco, que se repartía en Campus Oriente entre 1976 y 1977. En sus inicios, el equipo lo conformó junto a la historiadora Sofía Correa; el abogado y político Jorge Correa y el historiador Nicolás Cruz, quienes costeaban las publicaciones con sus propias mesadas. Luego se añadieron otros miembros como la periodista, escritora y ex agregada de prensa en el exterior, Odette Magnet. 

 “Yo aún cursaba tercer año de periodismo. Acepté porque siempre he sido así: me tientan los desafíos, las cosas nuevas. Nos juntábamos en casa de uno de nosotros, también en la de mis padres [ya que] vivía con ellos. Hacíamos pautas y yo era la única periodista de 20 años (…) Sacábamos el texto en «stenciles».

Escribíamos a máquina en el comedor de mis padres…”, comenta Magnet.

Serrano señaló que Blanco no era una publicación abiertamente política y que su único fin era “que opinaran los estudiantes y los profesores”. Sin embargo, eso no evitó que tuviesen que enfrentar oposición al ser llamados a Secretaría General de la universidad. Allí, según relata la historiadora, se les indicó que la autorización de cualquier revista que quisiera circular estaba en manos del gobierno, específicamente de la Dirección Nacional de Comunicación Social, más conocida como DINACOS.

 

Revista Blanco, septiembre 1976

Una marca generacional

Toda una generación de estudiantes comenzó sus carreras a través de la prensa estudiantil y no los detuvo ni la estricta censura ni la persecución. En las universidades comenzaron a desarrollar la vocación de responder a lo que estaba pasando e informar de los crímenes de la dictadura en medio de violenta represión. Muchos de ellos migraron a medios opositores, que surgieron a mediados de los años setenta, como la revista Análisis, Hoy, La Bicicleta, Cauce, Apsi, entre otros, que se alzaron como las principales revistas de resistencia a la dictadura en tiempos de intimidación e intentos de censura. Una clara muestra de ello fue la promulgación del Decreto Exento Nº4559, que prohibía a los medios informar sobre las jornadas de protesta que se vivían en el país.

“Es difícil arrogarse, nosotros no podemos decir que Pinochet cayó por la ACU y que el movimiento generó los grandes exponentes de la música, de la pintura o de la fotografía nacional, pero sí hay mucho de eso por otro lado (…) La ACU sirvió para todo lo que vino después del movimiento gremial: esa organización, esa conexión que hubo tan masiva (…) Yo creo que todo eso fue una herencia, posiblemente una herencia importante de la ACU. También yo creo que hay una cosa que también marca generacionalmente, esa épica de haber hecho algo sin nada y a contrapelo. Yo creo que eso también marcó generaciones…”, reflexiona Miguel Larrea.

La democracia tardó 17 años en volver al país. El 18 de mayo de 2001 fue promulgada la Ley sobre libertades de opinión e información y ejercicio del periodismo, la que prohíbe la censura y establece condiciones para un periodismo más libre y pluralista en Chile. Sin embargo, quienes dieron vida a la prensa que se rebeló ante la dictadura realizan un balance más crítico de los medios actuales.

“Yo diría que hay menos diversidad informativa que en tiempos de la dictadura. No hay represión, no matan a los periodistas como los mataban entonces, ni los encarcelan, pero hay menos diversidad, que es el deber ser de la democracia”, declara Cárdenas, ex director de Debate.

Una reflexión similar es la que hace María Olivia Mönckeberg en su libro “Los magnates de la prensa”: “La concentración de la propiedad y de la publicidad [de los medios] se ha ido agudizando año a año y sus negativos efectos cunden sin tregua. Se suele argumentar que este es un fenómeno mundial. No obstante, en otros países de Latinoamérica o Europa, las distintas voces políticas y sociales tienen expresión. Lo ocurrido en Chile parece ser un caso de laboratorio. Las gruesas cortinas que impiden la información plural son más tupidas y los espacios de debate público, más estrechos”. 

Sobre la autora:

Catalina Quiroz (@catakase) es estudiante de último semestre del programa de Periodismo para licenciados en otras disciplinas de la FCOM-UC. Fue editora del área de Vida Universitaria en Radio UC y ha publicado artículos y crónicas en medios como El Mercurio, KmCero y Factchecking.cl.

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